Título original: 300: Rise of an Empire Director: Noam Murro Guión: Zack Snyder, Kurt Johnstad (basado en la novela gráfica de Frank Miller) Fotografía: Simon Duggan Música: Junkie XL Reparto: Sullivan Stapleton, Eva Green, Rodrigo Santoro, Lena Headey, Jack O'Connell, Andrew Tiernan, David Wenham, Callan Mulvey, Andrew Pleavin Duración: 102 min. Distribuidora: Warner Bros
Desde que Heródoto escribió en su Historia las Guerras Médicas dejándose llevar por su admiración
hacia los combatientes y los influjos de la epopeya, han sido muchos quienes las
han rescrito, en todas las épocas, movimientos y géneros. Basten de ejemplos,
además del cómic de Frank Miller (1998) y la película Zack Snyder (2006); El león de Esparta (Rudolph Maté, 1961),
en el cine; la recomendable novela Salamina
de Javier Negrete (2008) en literatura; y en pintura, el Leónidas del neoclásico David o La batalla de Salamina del romántico Wilhelm
von Kaulbach. Todas ellas con sus ambiciones estéticas y sus intenciones
discursivas. Si Grecia es el pilar de la civilización occidental, su mayor
epopeya histórica tiene un valor incalculable y todos querrán apropiársela para
sus propios fines.
Con 300, Miller y Snyder
renunciaron a hacer una obra histórica y devolvieron a la historia de Heródoto lo que en ella había de épica y fantástica. No
importa que los historiadores actuales cifren el ejército persa en 300.000
hombres, Heródoto afirmaba que eran casi dos millones de guerreros y así
aparecerá en 300. Su intención no era
hacer un péplum clásico como Ridley Scott en Gladiator (2000), sino un poema épico, bárbaro, fantástico,
polémico y cargado de testosterona. A ambos les fascinaba la paradoja de que el
baluarte de la democracia griega fuera un pueblo guerrero de claros elementos
fascistas. Jugando a capricho con los elementos del cómic en formato de página
doble -los espartanos no merecían menos- y de la imagen cinematográfica con un
derroche de efectos artificiales y estilización de la violencia por ordenador, dieron
a la batalla de las Termópilas una atmósfera onírica, desrealizada, en la que
plasmaban un fantástico conflicto entre el orden y la razón (griegos), contra
el caos y lo irracional (persas); entre el bien y el mal. El éxito fue rotundo,
y las hipnóticas imágenes de 300 se
proyectan sobre videojuegos, películas y series posteriores.
Pero no podían faltar los moralistas de turno escandalizándose de
que un delirio imaginativo diera semejante imagen de los persas, del atractivo
fascismo de los espartanos e incluso de que osaran tener tan poco rigor
histórico. Como si no estuviera claro desde el tráiler.
Parece, a primera vista, que 300:
El origen de un imperio es una mera reacción a estas protestas. Sin cambiar
en absoluto la estética del film anterior, con los mismos anacronismos, efectos
especiales y amputaciones a ralentí, El
origen de un imperio ofrece lo que promete: más de lo mismo. Pero ni cuenta
con el factor sorpresa, ni Noam Murro logra la fuerza visual de Snyder en esta
violenta epopeya. El único cambio sustancial real, está en su discurso.
Reemplazando la historia de las Termópilas por la batalla de
Salamina (y unos pocos minutos de Maratón), desplazando el centro de atención
de Esparta a la “democrática” Atenas,
introduciendo mujeres en las batallas, y remplazando al carismático Leónidas
por un soso Temístocles; Noam Murro, Snyder y Miller han convertido la epopeya
de los atenienses en un mito fundador del poder de la democracia contra la
tiranía, y del sacrificio patriótico contra el odio ciego. Lo irónico es que en
su fervorosa defensa de la democracia han llenado la boca de Temístocles de
basura ultranacionalista y patriótica (realmente sorprendente y anacrónica en
un griego), como si estuvieran lanzando sus dardos envenenados a los
democráticos moralistas que atacaron el film anterior.
El problema de este cambio de enfoque, más dado a los discursos
que al despliegue imaginativo, ensombrece la secuela en un resultado
predecible, sin que las luchas marítimas estén a la altura de la resistencia
heroica en el desfiladero, y que entretiene sin dejar la menor huella. La
entrada de Eva Green ofrece, eso sí, un par de cosas que merecen verse.
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