Título original: Twelve Years a Slave Director: Steve McQueen Guión: John Ridley (Biografía: Solomon Northup) Fotografía: Sean Bobbitt Música: Hans Zimmer Reparto: Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Benedict Cumberbatch, Paul Dano, Paul Giamatti, Lupita Nyong’o, Sarah Paulson, Brad Pitt, Alfre Woodard, Michael K. Williams, Garret Dillahunt, Quvenzhané Wallis, Scoot McNairy, Taran Killam, Bryan Batt, Dwight Henry Distribuidora: DeaPlaneta.
Se nota que ya se acercan los Óscars y comienzan a estrenarse las
películas manufacturadas para la gala. “12
años de esclavitud” es una de ellas. La era Obama, el 150 aniversario de la
Proclamación de Emancipación, el 50
aniversario de la Marcha sobre Washington,
y el recordatorio de que las heridas de la segregación racial siguen abiertas
como en el caso Trayvon Martin, están suponiendo en Hollywood una oleada de
trabajos sobre el racismo en Estados Unidos. La esclavitud y la lucha por los
derechos civiles son los temas predilectos -Criadas
y señoras (2011); Lincoln (2012);
Django desencadenado (2012); El mayordomo (2013); 42 (2013); Red tails (2013); Fruitvale station (2013), etc.- sin contar con la
nueva oleada que vendrá tras la muerte de Nelson Mandela-. La mayoría de estas
películas tienen algo en común: lo convencional y casi idéntico de su discurso.
Pero sobre todas estas películas aparece “12
años de esclavitud”, decidida a convertirse en LA película sobre la
esclavitud.
Puede hacerse irritante comprobar en cada plano la voluntad de
McQueen de partir de una intrahistoria personal y subjetiva para hacer el Gran
Relato sobre la esclavitud, pero al
menos no lo oculta y reivindica su voluntad de basarse en hechos reales, de asemejarse a “La
lista de Schindler” y de que su historia se convierta en el “Diario de Ana Frank” del racismo (también
afirma, como otros, que nunca antes se había tratado el tema con realismo, pero
dudo que Richard Fleischer (Mandigo,
1975) estuviera de acuerdo). Y lo ha conseguido, ha hecho La Película
sobre la esclavitud en los EEUU (y la voluntad de ser libre), un Gran Relato correctísimo
y equilibrado que cristaliza el discurso
oficial. A cambio solo ha tenido que evitar arriesgarse en nada o
profundizar en algún aspecto, huir de las ambigüedades y problemáticas para
plasmar a la perfección la idea implícita que casi todos compartimos y que
lleva tiempo circulando por casi
todas partes; y, en resumen, hacer una película comercial lo más “vendible”
posible a un amplio público.
La estructura no podía estar mejor escogida para ello. Un negro de
Nueva York, culto y caballeroso es engañado, secuestrado y convertido en
esclavo. Así todos podemos identificarnos con el protagonista dando el cariz emotivo
que un Gran Relato épico requiere, la cámara puede convertirnos a través del
personaje en testigos oculares y McQueen puede librarse de tener que plasmar
hombres mucho más complejos y difíciles como los niggas de nacimiento, sumisos y acostumbrados a su situación, el
racismo entre ellos (como el personaje de Samuel L. Jackson en Django) o los intentos de huida o rebelión (a menudo plagados de crueldad
y violencia). Además, le permite ensamblar el alegato contra la esclavitud con
la voluntad de un hombre por sobrevivir a la adversidad movida por la esperanza
y el amor por la familia. Todo muy Steven Spielberg, muy púrpura. De este modo
el director depura la atmosfera enrarecida y molesta a que podría dar lugar el
tema principal y la filtra a través de una mirada emotiva y esperanzadora de
sentimientos épicos de superación mucho más suave y afín con las lágrimas y el
amplio público.
Mención aparte requiere la vertebración como film basado en Hechos Reales -casi un género en sí
mismo- para insistir en el discutible realismo de lo contado. La película se
adapta perfectamente a las reglas de este tipo de películas. Introducción de
los personajes y la situación, presunción de realismo, conclusión, epílogo de
texto para contar qué fue de los personajes, etc.
Que nadie espere de la película algún aspecto problemático, alguna
ambigüedad en sus temas o algo más allá de lo que la imaginación más
convencional pudiera decir al respecto. En la película no hay sorpresas. Los
aspectos mostrados de la esclavitud, más allá del secuestro, son los esperados:
crueldades, abusos de las esclavas por sus “propietarios”, condescendencia,
explotación, y ningún reparo por la dignidad y humanidad del otro por solo su
color de piel. Sorprende, eso sí, el énfasis dado al papel de la religión como
manifestación de la hipocresía del hombre blanco, instrumento de sumisión hacia
el negro y consuelo pasivo del esclavo. Otro acierto, que no debería sorprender
en una película tan correcta como esta, es la recreación de los paisajes, modas
y, sobre todo, algún momento, no excesivamente desarrollado pero que debía
hacer acto de presencia, en que se muestra la cultura de la comunidad de
esclavos reducida al blues.
Los personajes también son correctos y la realización de los
actores soberbia. McQueen procura huir de los arquetipos enriqueciéndolos con
una sexualidad ligeramente compleja -el empobrecido momento sexual del
comienzo, la relación del sádico arquetipo humanizado por Fassbinder con su
esclava Patsey, el odio igual de sádico de la esposa de este hacia ella, y el
uso de la sexualidad de la Sra. Shaw para huir de los trabajos forzados y
sobrevivir como mujer que finge no ver las infidelidades de su pareja-, aun
así, todos los amos siguen siendo meros tipos
sociales puestos a disposición del discurso. Paul Giamatti es un mercader que
comercia con esclavos con la frialdad del capitalista que trata con objetos y
no con seres humanos; los primeros y más interesantes amos, Ford y su mujer, son
bondadosos e hipócritas cristianos que no pueden ignorar la humanidad de sus
esclavos y por eso delegan en el capataz y miran hacia otra parte, expulsan a
las esclavas lloricas que les agitan la conciencia, evitan los remordimientos leyéndoles
la biblia y, por supuesto, se hacen los locos para no tener que dar la libertad
a su fuente de ingresos (al fin y al cabo se han hipotecado por ellos);
Fassbinder es el sádico propietario que todos nos imaginamos en los cuentos de
terror sobre esclavistas: desequilibrado e incapaz de desligar sus propiedades
de su persona y capricho. Luego está el deus
ex machina Brad Pitt, un mesías y carpintero (como Jesús) canadiense que
después de salvar la humanidad de los zombis se pasó por las plantaciones para
salvar a Solomon.
El protagonista pretender ser más complejo, pero se queda en un
hombre libre convertido en esclavo que hace lo posible por sobrevivir sin
olvidar quien es y su pasado. Hay un cierto coqueteo con la sumisión
simbolizado en el violín, alguna proposición de fuga desechada de antemano,
bastante miedo hacia el blanco y su sadismo, siempre rastros de dignidad,
humanidad y hasta cierto orgullo, y, en definitiva, todo lo que podríamos
esperar. Ni más ni menos.
Lo mismo podemos decir de la estética. McQueen rueda con hábil clasicismo
logrando situarse siempre en el punto medio, entre el melodrama y la crudeza
aversiva. Y de nuevo lo consigue. 12 años
de esclavitud es explícita y ladra mucho, pero no muerde la sensibilidad ni
la conciencia. Los momentos de “crudeza”
de la película no son más que una trampa para camuflar el tono suave y blando
de su alegato. Los latigazos de McQueen no se dirigen a remover conciencias,
sino a acariciar al público y agradecerle haberle acabado con una esclavitud
tan… explícita.
“12 años de esclavitud” es la película más
grande de la temporada, la más correcta y equilibrada. Tanto y tan oficial que
resulta del todo innecesaria. Pura manufactura para los Óscars. Las más de dos
horas pasan rápido, te indignas cuando debes ante la crueldad humana y la
injusticia de la esclavitud, sueltas las lágrimas cuando la equilibrada música
de Hans Zimmer lo indica y sales del cine orgulloso de que haya acabado una
forma tan burda y poco sofisticada de esclavitud, lo mismo hasta decidido a no
permitir nuevos Trayvon Martin, y, sin pensarlo dos veces, aprovechas el paseo
y el solemne buen humor comprar los regalos de navidad, hechos en la India. Aun
no has llegado a El Corte Inglés cuando ya se ha desvanecido la película, pero
eso sí, si sale el tema en la cena de navidad puedes podrás decir solemnemente:
“12 años de esclavitud es muy buena;
muy dura, pero muy buena”.
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