Título original: Umberto D. Director: Vittorio De Sica Guión: Cesare Zavattini, Vittorio De Sica Fotografía: G. R. Aldo Música: Alessandro Cicognini Reparto: Carlo Battisti, Maria Pia Casilio, Lina Gennari, Memmo Carotenuto, Alberto Albani Barbieri
En un momento de ‘Umberto D.’,
el protagonista, desolado, en un cuarto derruido que le está siendo arrebatado
pero en el que vivió toda su vida, se asoma a la ventana sin esperanza y mira
fijamente el suelo. La cámara contempla el duro pavimento durante un rato y de
golpe se acerca a él con rapidez vertiginosa. Entonces cambia de plano y vemos
al perro Flike tumbado en los restos de la cama. El protagonista se aleja de la
ventana.
Esta escena condensa todo el último tercio de la narración que no
consiste más que en un desarrollo de esto. Es de una factura perfecta, el
tiempo está medido a la perfección, nos permite asomarnos a la mente de Umberto
sin necesidad de diálogos o voces en off y es emotiva hasta la medula, pero no
por la música o la manipulación de las imágenes, sino por la historia real y
humana que hay detrás. Es la esencia de la película.
Umberto es un jubilado al que han recortado la pensión y no puede sobrevivir. Está solo, abandonado, sin ayuda (desconocemos si tiene familia pero si así es no puedo contar con ella), viviendo sus últimos días en la habitación alquilada en que vivió siempre, con problemas con la casera a la que vio crecer pero que ahora le maltrata amenazándole con desahuciarle si no paga y alquilando su habitación por horas a parejas que quieren echar un polvo cuando el viejo no está. Ahora, con más indiferencia que desprecio, la patrona le quiere echar para continuar con sus planes de boda. A Umberto solo le queda en la vida su fiel perro Flike, con quien comparte su tiempo, su casa y su comida. Pero está también la criada de la casera, una chica de pueblo preciosa, vivaz, condenada a esta casa hasta que la señora se enteré de que está embarazada -la chica, con inocencia, admite no saber decir cuál de sus dos amantes es el padre y ambos solo la dan largas-. Esta chica es la única que trata al viejo con comprensión y con ternura, a pesar de sus problemas tan grave o más que los de Umberto.
La joven criada es el gran acierto de De Sica, un ángel condenado
a la pobreza, una muchacha inocente a la que la película solo la dedica una
escena preciosa dedicada por entero a ella, pero que sabemos que en su vida se
avecina una odisea y un abandono similar o peores que los de Umberto. Es la
única brizna de esperanza en la solidaridad -y también uno de los hilos más
desesperanzados- de la película.
Umberto tampoco es un santo. Está tan preocupado por sus problemas
y, sobre todo, por su perro, que en cierto modo es indiferente al dolor de su amiga
y compañera de penurias. Hay un momento en que el amante de la chica acaba de
rechazar ayudarla con su hijo, llega Umberto, deja escapar al amante sin
reprocharle nada y solo es capaz de preguntar a la muchacha por su p*to perro.
Umberto podría sobrevivir si, como vemos en tantos otros, aceptara su
condición, rechazara luchar por su habitación y estuviera dispuesto a malvivir
en casas comunitarias o mendigando, pero no lo está. Umberto ha trabajado toda
su vida y toda su vida ha vivido en ese cuarto, no merece semejante trato,
semejante olvido. Si por algo es tan conmovedora la lucha de este hombre contra
la sociedad que le ignora es por su sencillo sentido de la dignidad -conmovedor
la escena de mendicidad. Si no se quita la vida al sentirse solo y abandonado
sin importar a nadie es tan solo por su perro y amigo. El resto de sus amigos
le rehúyen cuando se entera de que está pasándolo mal, fingen estar atareados
como pueden y escapan a las plegarias de su amigo. Siempre es mejor mirar hacia
otra parte, siempre es mejor pensar que en nuestro día a día nos cruzamos con
más de un Umberto.
‘Umberto D.’ es emotiva como deben serlo las películas, por la
sinceridad de su historia, no por el discurso o la manipulación de sonidos e
imágenes. Además de una enorme sensibilidad con sus criaturas, De Sica muestra
un gran oficio tras la cámara, sobre todo en su tímido pero brillante trabajo
del tiempo en el que prolongando los planos y con sonidos como ‘tic tacs’ y
goteos sentimos el paso del tiempo y la rutina de los hombres que vagan en la pantalla
y su vida cotidiana, adelantándose así a la modernidad cinematográfica.
Ha llegado la hora de
arrojar a la basura los guiones para seguir a los hombres con la cámara. Eso
es cine comprometido, no con una ideología o un partido comunista sino con la
humanidad. Zavattini y De Sica se dejan de tipos, abandonan los discursos
elaborados como discursos y las ambiciones sociológicas y se entregan a la
realidad de lo cotidiano, a lo humano. Ese es el compromiso social importante,
aquel que hace que esta película sobre la dignidad, el abandono y desprecio por
el anciano y el miedo al desahucio sea más vigente que nunca en nuestros días.
Esto es cine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario