Título original: El atlas de las nubes Director: Tom Tykwer, Andy Wachowski, Lana Wachowski (AKa Larry Wachowski) Guión: Los mismos directores, basado en las novelas de David Mitchell Fotografía: Frank Griebe, John Toll Música: Reinhold Heil, Johnny Klimek, Tom Tykwer Reparto: Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Hugo Weaving, Jim Sturges, Du-na Bae, Ben Whishaw, James D'Arcy, Xun Zhou Distribuidora: Warner Bros
Personalmente, suelo huir de
aquellos batiburrillos contemporáneos que tanto parecen gustar a algunos
entre (pseudo)ciencia, (pseudo)filosofía y (pseudo)religión. Alguna vez estas tres disciplinas son tomadas en serio y quedan obras maestras de la talla de 2001: Odisea en el Espacio (Stanley
Kubrick, 1968), pero no suele ser el caso, y menos en la actualidad, donde toman
ese a misticismo ‘new age’ del que habla Javier Ocaña en su acertada
crítica. El Árbol de la Vida (Terrence Mallick, 2011) se libraba por los pelos, pero no suele ser así (véase, por ejemplo, Las Vidas Posibles de Mr. Nobody (Jaco Van Dormael, 2009). No obstante ahí estaba la mesiánica Matrix
(Hnos Wachowski, 1999) con tanta ciencia como filosofía, con escenas de
acción fabulosas y un éxito merecido. Las secuelas entraban más en el
tipo de cine pretencioso al que suelen dar lugar estas mezclas, pero aun así
me las tragué con gusto en mi adolescencia. El día que me dirigía al
cine a ver El Atlas de las Nubes iba temblando por lo que me podía encontrar. Estaba por ver si me equivocaba.
El último filme de los Wachowski, ahora con Tom Tykwer -Corre, Lola, Corre, (id, 1998), El Perfume (id, 2006)-, es una película de historias cruzadas entre épocas diversas. Un total de seis: El Diario del Pacífico de Adam Ewing (1849), Cartas desde Zedelghem (1936), Vidas a medias: el primer misterio de Luisa Rey (1973), El Tremendo Calvario de Timothy Cavendish (2012), La antífona de Sonny-451 (2144), El cruce de Sloosha
(2321). En todas ellas saldrán los
mismos personajes que alternarán su protagonismo por parejas: Tom Hanks - Halle Berry, Jim
Sturgess - Doona Bae (los ‘chinos’), James D'Arcy - Ben Whishaw (los
gays), y Jim Broadbent en el papel de Timothy Cavendish protagonizando
una historia que solo sirve para hacer énfasis en algunos temas, alargar
más la alargada producción y dar el contrapunto cómico. Todas las historias tratan los mismos temas, pero cada una hace énfasis en un aspecto mediante un discurso mal calzado y excesivamente subrayado.
El trasfondo de
todos los temas tratados y de todas las historias es la ‘tergiversación’
de dos conceptos de Nietzsche ya comunes en la filmografía de los
directores (ver Matrix): La voluntad de poder contra los órdenes
“naturales” y el eterno retorno. Todas las historias se pueden
interpretar en clave de la lucha del individuo contra la opresión de las
instituciones y convenciones, es decir, contra el orden establecido.
Lucha en la que, inevitablemente, el individuo fracasará. Pero el eterno
retorno está ahí, para repetir la misma lucha una y otra vez, para que,
intoxicado con filosofía oriental y mucho karma, cada reencarnación de
los personajes compense la lucha y dignidad de la vida anterior. Esto
del karma llega hasta el punto de que en la última historia (2321) nos
encontramos con tres castas: los que llamaremos Uruk-Hai (el ‘infierno
Wachowskiano para quienes fueron malos), los vayesianos (una especie de
‘purgatorio’ para quienes mostraron su humanidad e irregularidad moral),
y otra especie de ‘cielo tecnológico’ para aquellos que fueron buenos. Y
por supuesto, a la más santa y mártir de todas la reservan el puesto de
‘diosa’ y al más ruin y malo el de ‘diablo’.
Partiendo de estos dos conceptos nietzschianos acompañados con varios comentarios científicos -p.e. a la física cuántica y
teoría de la relatividad-, guiños religiosos -nombres bíblicos: Adam,
Isaac, etc., y personajes mesiánicos-, filosofía y religión oriental
-karma, reencarnaciones, y un toque Zen-, los directores arrojan
panfletos y discursos sobre temas varios entrelazados: la tolerancia
sexual y racial, la importancia del amor más allá de cualquier
convención (incluida la muerte, claro), la existencia de una Verdad
(‘ver-verdad’), la importancia de ser bueno en la vida, la fe, la
ruptura del estatu-quo y las convenciones, y la importancia de ser fiel a
los sentimientos y valores que uno siente, pues, un sacrificio moral
“no es más que una gota en el océano que no cambiará el mundo pero, el
océano se compone de gotas”. ¡Puaj! Quien guste de escuchar obviedades en una retórica cursi con tufo a misticismo a lo Paulo Coelho, disfrutará enormemente con la película.
El trio Wachowski-Tykwer ha logrado un coctel de pseudociencia, pseudoreligión y
pseudofilosofía capaz de romper con la narración lineal y el tiempo basándose en la teoría de la relativiad, el eterno retorno y las múltiples rencarnaciones; pero incapaz escapar de la pretenciosidad y megalomanía de una propuesa que se recrea en discursos ridiculamente solemnes, donde con la excusa de la ciencia se desarrolla una metafísica vacua y deleznable. Me temo que El Atlas de las Nubes
entra sin duda en esa clase de películas de las que hablaba que
tratan de dar una inmensa visión del mundo, pretendidamente original y trascendental, en
un único y superficial nivel de lectura (de nuevo Mr. Nobody). Esta
megalomanía, claro está, no renuncia al espectáculo con un inmenso
presupuesto, enormes recreaciones digitales en busca de una ‘belleza’
artificial ajena a la dirección -i.e. los continuos atardeceres y cielos
informatizados-, y escenas de acción a lo Matrix en cámara rápida. Es digno de reconocimiento, eso sí, el esfuerzo que se ve
que han dedicado al montaje de las distintas narraciones.
Y es una lástima,
porque las historias por separado bien podrían merecer la pena como un
producto menor si se hubieran centrado en ellas.
Así la historia de Seul podría ser un sucedáneo de Matrix contaminado por V de Vendetta y bastante épico; la historia del viejo una comedia
decente; o la historia del músico homosexual una de esas películas
románticas que tanto gustan a los americanos.
Durante todo el visionado no pude evitar la sensación de que Lana y su hermano me querían convencer de algo, como si tuvieran nada que justificar. En cualquier caso, espero que a Larry/Lana le haya salido mejor su cambio de sexo que al agente Smith en su nueva encarnación: Bill Smoke. Los hermanitos del alma
tratan de sostener un mundo sobre sus hombros, se creen Atlas, pero no
son más que nubes… Esperemos que se disipen pronto.
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