Título original: La vie d'Adèle - Chapitre 1 & 2 Director: Abdel Kechiche (AKA Abdellatif Kechiche) Guión: Abdel Kechiche (AKA Abdellatif Kechiche), Ghalya Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh) Música: Varios Fotografía: Sofial El Fani Reparto: Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Salim Kechiouche, Mona Walravens, Jeremie Laheurte, Alma Jodorowsky, Aurélien Recoing, Catherine Salée, Fanny Maurin, Benjamin Siksou, Sandor Funtek, Karim Saidi Distribuidora: Vértigo Films
Adaptando libremente la novela gráfica “El Azul es un Color Cálido” de Julie Maroh, en su nueva película
Abdel Kechiche se ha propuesto narrar la “Vida
(sentimental) de Adéle”. El primer cambio respecto al cómic (que no he
leído) es el título. A lo largo del film se conserva esa identificación del
color azul con la protagonista y su crecimiento, pero realmente, lo importante
del relato no es otra cosa que su personaje. El segundo cambio, y el más
importante, es el nombre de la protagonista. Kechiche ha encontrado a una
actriz maravillosa, Adèle Exarchopoulos, y ha creado un papel a su medida.
No estamos ante una película feminista, aunque sea un film de
mujeres; ni ante una película homosexual, aunque las protagonistas puedan serlo;
estamos ante una historia de crecimiento personal, de conocimiento de uno
mismo, de encuentro con el deseo y de sus repercusiones. El director tunecino
nos ha introducido visceralmente en la intimidad de su protagonista para
mostrárnosla de forma natural y transparente, sin filtros ni afectaciones.
Debemos de ver a Adéle y aceptarla tal y como es. Y gracias a la formidable
actuación y a la dirección no es difícil encariñarnos con ella.
Todas las virtudes y
defectos de la película vienen de esta ambición de desnudar la intimidad de la
protagonista en su totalidad, sin esconder nada, tratando de abarcarlo todo con
naturalidad.
Y sin embargo, hay algo en la película fascinante. Kechiche pega
la cámara al rostro de su criatura como si quisiera acariciarla con ella,
penetrar en su esencia y radiografiar su cuerpo e intimidad. El director trata
de romper toda barrera física para introducirse inquisitivamente en el alma de
Adéle hasta desnudarla en toda su belleza y su miseria. El resultado es una estética que no oculta ni filtra las imágenes para
mostrar, en toda su profundidad, la vida sentimental de Adéle: un estilo de un
maravilloso y carnal naturalismo. Parece que toda la preocupación de la
cámara fuera hacer un retrato sincero y honesto de la protagonista, entre lo mórbido de Schiele y lo florido de Klimt. Un retrato en que la
carnosa boca de Adéle, a menudo entreabierta, como cuando duerme, besa con
pasión, o mastica espaguetis, es el núcleo central desde el que parte la cámara
para mostrarnos con sensibilidad todo su cuerpo sin dejar escapar nada. Ni el
llanto desgarrador, ni el moco que se desliza y cruza los labios, ni el sexo
lésbico en explícitas y naturales escenas de diez minutos, nada es censurado o
edulcorado por la cámara. Nada de esto es gratuito. Adéle no es un ser
excepcional, sino un ser humano con sus deseos privados, sus miedos, sus
contradicciones y sus defectos, una persona que ama y sufre, y esto no podía
ser mostrado de una forma más natural a la que opta Kechiche. Sin ello, la
conversación final en el restaurante no tendría esa sinceridad que llega a
doler.
En La Vida de Adéle, las
actuaciones de las dos magníficas protagonistas, la historia y la cámara se
funden logrando una estética fascinante. Ese íntimo naturalismo carnal y
sincero es sin duda la causa del éxito de la película pero también de sus
defectos. Cuando finalmente la cámara se aleja del rostro que trató con tanto
mimo y honestidad, cuando, por fin (¡tras tres horas de película!), la cámara
deja marchar a una Adéle ya adulta, la impresión
que queda en el espectador es como el azul. Cálida, hermosa, natural, y algo
fría.
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