Título original: Blancanieves Director: Pablo Berger Guión: Pablo Berger Música: Alfonso de Vilallonga Fotografía: Kiko de la Rica (B&W) Reparto: Macarena García, Maribel Verdú, Sofía Oria, Daniel Giménez, Ángela Molina, Pere Ponce, Josep María Pou, Inma Cuesta
Distribuidora: Alta Films
Muchas revisiones cinematográficas se han hecho desde
entonces, pero ninguna como la que nos ocupa. Pablo Berger adopta el cuento
como nadie captando su esencia y espíritu.
Su adaptación no se limita a traspasar la historia de Blancanieves a la
magnífica recreación de la España de los años 20; a cambiar el narcisismo de la
madrastra reflejado en su espejo por otro proyectado en las revistas, al padre
por un torero mutilado y castrado, etc. No, Pablo Berger va mucho más allá. Reintrepretando el cuento pretende plasmar el espíritu de
España, su inconsciente colectivo reflejado en el folclore, el arte, la cultura
española.
Por ello es tan importante volver a los orígenes. A las raíces del
cine español mudo de los años 20, cuando ya había un potente lenguaje expresivo
establecido, y a su correspondiente época, donde España aún
no había perdido su idiosincrasia con una reaccionaria europeización. La
película explora por tanto las profundidades de lo que es, o al menos fue, ese espíritu
español. Este es el motivo de la decisión estética: B/N y silente, y del
protagonismo del folclore y su sentido dentro del film.
Por folclore me refiero, claro está, al toreo como
exaltación de la vida a través de la muerte y el flamenco como expresión de la
vitalidad, para Berger antesala de la muerte. La niña, recluida primero con su
tía, se cría como cantaora, para después, con ayuda del gallo “Pepe” –curioso el
símbolo de resurrección que recordaremos en la última escena- reunirse con su
padre y reapropiarse de sus herencia torera. Esto, por supuesto, antes de que
el gallo acabe en la cazuela en un posible guiño a Baby Jane.
España no es solo folclore, ergo Blancanieves tampoco. El director retoma también otros aspectos de la cultura ibérica. Es el caso de los
enanos de Velázquez, el folclore -y no solo- goyesco, ciertas
melodías que evocan a Joaquín
Rodrigo, y más. Lo que no impide, e incluso potencia, una dimensión
grotesca repleta de pinceladas góticas y humor negro muy acertadas y de acuerdo
a la atmósfera real del cuento original. Esto no quita que el sibilino personaje de Maribel Verdú esté demasiado exagerado en su falta de sutilidad,
sea por su actuación (magnífica en otras circunstancias) o, más probablemente,
por la insistencia para deleite del guión.
El resultado son múltiples interpretaciones imaginables.
¿Son los seis (!) enanitos proyecciones del subconsciente de
Carmen/Blancanieves? ¿Es la segunda parte, la de los enanos, un sueño? ¿Es
acaso la protagonista un reflejo de la España tradicional, criada entre flamenco
y toros, que debe enfrentarse a la vanidad y al cambio y combatir sus propios
miedos? ¿Una crítica social? ¿O es simplemente un gótico melodrama de amor? Bienvenidos
a la feria de Blancanieves, sois libres de elegir, pero disfrutad, ante todo
disfrutad el increíble y único espectáculo. Disfrutad de la resurrección del cuento. Pasen y vean.
Y es que hay mucho donde deleitarse al margen de
interpretaciones y transcendencias. Hasta los más hedonistas podrán satisfacer
su necesidad sensorial de una experiencia inolvidable, pues ese “dejarse
llevar” es uno de los objetivos de Berger. El lirismo es embriagador, la
metáfora de algunas imágenes –el chorreante cambio de blanco a negro luto, por
ejemplo- son brillantes y los juegos de luces y sombras enormemente
estimulantes. La recreación de la época, como hemos dicho, es perfecta; el ritmo
logra una enorme intensidad y suspense cuando es menester; los encuadres son seleccionados con dedicación
obteniendo un magnífico resultado; el montaje acelerado y los movimientos de
cámara (aun con el uso de encuadres y movimientos impropios del silente)
evocan una época del cine donde la
superposición de imágenes, los primeros y primerísimos planos eran herramientas
habituales al servicio del melodrama. Funcionaba. Y funciona, nada falla en
esta obra maestra.
También habrá guiños para los más cinéfilos, desde el
clásico de Disney –el enano gruñón, los besos de despedida a los enanos- y la
historia de Cenicienta, hasta guiños a genios del cine como Hitchcock –la
entrada al cortijo con el irónico cuadro del padre presidiendo la mansión parodia
demasiado a Rebeca-, y por supuesto Tod Browning para las partes más
grotescas – La Parada de los Monstruos inspira momentos como el final feriante
y la compañía de los enanos. Entre guiño y guiño, que en el fondo no son más
que estimulantes anécdotas, la dirección de Pablo Berger logra tres atmósferas
distintas para según qué momento del
film, pero siempre con lirismo. Un ambiente pastoral para la vida en la España
rural, otro gótico para el interior de la mansión y un último grotesco para la
compañía de enanos, cada uno caracterizado sabiamente por música y fotografía.
Efectivamente, la música de Alfonso Villalonga (Mi Vida Sin
Mí - Isabel Coixet) merece incuestionablemente el Goya. Por su capacidad de
ambientar la época acomodándose al escenario, de caracterizar cada personaje, de constituir la banda de ruidos y sonidos e intensificar las emociones. Todo ello
sin robar protagonismo a la imagen, absoluta protagonista. En realidad la película
no es muda, Villalonga es su voz.
En este sentido de dejarse llevar, de escenas inolvidables,
no puedo evitar destacar en primer lugar la muerte/nacimiento de Carmen en paralelo a la
operación de su padre (todo el prólogo es impresionante); la muerte de la
tía y el magnífico clímax final en la plaza de toros (admito que se me escapó
una emocionada lágrima). Tampoco se escapa el epílogo “freak”, donde en una
despiadada escena Berger juega con nosotros regalándonos un cierre redondo. Mucha
suerte sería renacer dos veces: los labios de su príncipe azul no podrán
rescatarla una segunda. Otro gran acierto del director.
Pronto serán los Premios Goya y ya sabemos los nominados. Las grandes favoritas son dos: Lo Imposible y Blancanieves. La primera es una enorme americanada lacrimógena, pornografía emocional para marujas burguesas que quieren sentirse humanas. Pero Blancanieves es una exquisitez profundamente española, que no españolada. Espero que se lleve todos los premios para los que es candidata. Al menos, “mejor película”, “mejor director”, “mejor dirección artística”, “mejor banda sonora”, “mejor guión original”, “mejor montaje” y “mejor fotografía”. Esto sin contar los premios a las actrices. Desde luego lo merece. Yo, por mi parte, seguiré atento a la trayectoria de este director y sin duda volveré a ver esta joya del 2012 y me atrevo a decir, del cine español.
Si me permites compañero voy a hacer un breve apunte a tu elaborada crítica. La película es un claro reflejo de la España tradicional, como bien dices, pero quizás peque demasiado para introducir la historia. La primera parte es un culebrón de los que veía mi abuela a las 16h de la tarde... Es a partir de la aparición de los enanos cuando la tragicomedia se convierte en un hermoso y macabro cuento de superación e injusticia.
ResponderEliminarLo mejor es que posee elementos del cine mudo que no aparecen en la modernez de The Artist. El montaje es magistral y los primeros planos son muy acertados y necesarios. En la cara cubierta de lágrimas de Blancanieves veo a la Juana de Arco de Dreyer desconsolada ante su amargo destino. Veo las terroríficas miradas de filmes expresionistas -Nosferatu, El gabinete del doctor Caligari, Vampyr- que marcaron escuela e hicieron temblar al modesto público de principios de siglo. Hoy nos deleitamos con ese protocine oscuro y lírico, y Blancanieves consigue desenterrarlo para hacernos reir, llorar, emocionarnos. Un aplauso para Pablo Berger.
Estampas curiosas, una mirada diferente, un final desolador.... Hay buen material y hermoso cine en las imágenes de 'Blancanieves' que nos trae Pablo Berger. Aunque no sé si el hecho de que se haya llevado diez Premios Goya en la última edición dice mucho de nuestro cine. Un saludo!!!
ResponderEliminar