martes, 19 de febrero de 2013

'Lincoln': Cómo convertir la Historia en oro (y en plomo)

Alberto Hernando



Título original: Lincoln Director: Steven Spielberg Guión: Tony Kushner Fotografía: Janusz Kaminski Música: John Williams Reparto: Daniel Day-Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones, David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt Distribuidora: Fox Pictures 

Lo primero que ha de tener presente el espectador que va a ver 'Lincoln' es que no se trata de una película sobre la guerra de secesión, ni de un biopic al uso. Se trata de una maniquea ilustración de la aprobación de la decimotercera enmienda y de un retrato heroico del presidente de la Unión, Abraham Lincoln, un auténtico y adorado mito americano.

Aparentemente el objetivo de Spielberg es aunar la Historia con la humanización e intimidad del personaje, ese gusto tan actual de humanizar a los héroes y a los mitos. Algo que en buenas manos puede salir bien. Me incluyo entre quienes valoran y admiran una magnífica deconstrucción de cualquier mito, por ensalzado que tenga a ese héroe. En manos del Rey Midas de Hollywood esto no es así, se humaniza al personaje histórico con típicos problemas domésticos -hijo muerto, mujer preocupada por la familia tratando de anteponerla a la causa [histórica en este caso], y deja de contar- y un dilema moral tan usado que sorprende su repetido éxito. El resultado no es la deconstrucción del mito, sino su heroización en la esfera familiar. Por supuesto Lincoln es sensible, inteligente, tiene firmeza y tacto con los problemas familiar, astuto, etc. Es decir, todas sus míticas virtudes políticas exaltadas hasta el hastío en el discurso nacional aplicadas de puertas a dentro de casa. Durante la película tenía que imaginarme a Lincoln en el wáter para recordar que era humano. El film es por tanto, en todas sus acepciones, una americanada.


Retomando lo que decía al principio, la película no considera necesario hablar de nada más que de la aprobación de la decimotercera enmienda y de la intimidad del presidente pues da por hecho que el resto ya es sabido por todos. Por eso mismo tampoco se molestará en un correcto planteamiento donde se evidencia que todos conocemos los personajes de la cámara y la estructura de los partidos políticos de la época. Tampoco es necesario recrear la época en su conjunto, su idea de la libertad o sus valores reales (un importante despotismo ilustrado, burgués, capitalista y machista). Y para qué explorar o meditar sobre el problema de la esclavitud, sus causas, los motivos por los que el Sur lo apoyaba o algunos del norte lo desechaban, si puede darse por hecho y es demasiado peliagudo… ¿Para qué hablar de los intereses económicos del norte en la Guerra de Secesión, y en el fin de la esclavitud? No es necesario. Tampoco se profundizará en las creencias raciales (incluidas las de Lincoln) de la época, ni en el debate y discusión real, se da por hecho que la esclavitud es mala. Los únicos argumentos son el “derecho natural” de antaño y el de ahora (¿o acaso no se naturalizan estos valores?) sin más profundidad que esa etiqueta: natural.


Lo único que a Spielberg le parece digno de recrear aparte de la parafernalia y discurso americano que ya mencioné, es el desarrollo de la frase final que muchos coreamos en nuestra reseña: "La ley más importante de la historia de Estados Unidos se ha aprobado a través de un proceso corrupto orquestado por el hombre más puro y honrado del planeta". Asistiremos a intríngulis políticas, ingeniosos insultos en la cámara y al conflicto en Lincoln entre cumplir lo que considera su deber y los medios que debe usar. En algún brillante momento hasta Spielberg juega a insinuar una vena tiránica en él. El director nos ofrece un relato de Lincoln como hombre enérgico de altos ideales pero pragmático, los rasgos necesarios para el héroe americano. Y ya. Esto es todo. Y se hará sin pena ni gloria, con un estilo sobrio, una buena puesta en escena, muy buenas actuaciones pero no excelentes (me pregunto cuántos confunden las virtudes del maquillaje con las del actor), unos personajes bastante poco trabajados y ya*. 

¿Dos horas y media para esto? Suerte que al menos en ningún momento se hace pesada. La única escena con una pizca de genio es cuando al final, el criado negro le entrega a Lincoln unos nuevos guantes (negros) y este los tira sobre la mesa sin ponérselos y sin decirle nada. La película pasa volando sin aburrir, y se olvida con la misma celeridad y un ligero mosqueo por su presunta grandilocuencia y la sensación de haber presenciado una lección de Historia con pocos atisbos de realidad.

Lincoln, la última película del Rey Midas, demuestra que no existen dos Spielberg: el genial director y el astuto productor, por mucho que los amantes de 'La lista de Schlinder' quieran pensar así. Solo existe uno, un único hombre que disfruta con el cine y aún más con el éxito, un director que a veces acomete seriamente productos “comerciales” y otras encara con actitud comercial temas más serios. Pero siempre es el mismo.

* Ambos personajes están genial caracterizados, pero casi que me quedo con la actuación de Tommy Lee Jones.

** La música de John Williams es la peor que ha hecho y yo haya visto.

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