lunes, 23 de septiembre de 2013

'El Atlas de las Nubes' - Pretenciosas nubes

 
Título original: El atlas de las nubes Director: Tom Tykwer, Andy Wachowski, Lana Wachowski (AKa Larry Wachowski) Guión: Los mismos directores, basado en las novelas de David Mitchell Fotografía: Frank Griebe, John Toll Música: Reinhold Heil, Johnny Klimek, Tom Tykwer Reparto: Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Hugo Weaving, Jim Sturges, Du-na Bae, Ben Whishaw, James D'Arcy, Xun Zhou Distribuidora: Warner Bros

Personalmente, suelo huir de aquellos batiburrillos contemporáneos que tanto parecen gustar a algunos entre (pseudo)ciencia, (pseudo)filosofía y (pseudo)religión. Alguna vez estas tres disciplinas son tomadas en serio y quedan obras maestras de la talla de 2001: Odisea en el Espacio (Stanley Kubrick, 1968), pero no suele ser el caso, y menos en la actualidad, donde toman ese a misticismo ‘new age’ del que habla Javier Ocaña en su acertada crítica. El Árbol de la Vida (Terrence Mallick, 2011) se libraba por los pelos, pero no suele ser así (véase, por ejemplo, Las Vidas Posibles de Mr. Nobody (Jaco Van Dormael, 2009). No obstante ahí estaba la mesiánica Matrix (Hnos Wachowski, 1999) con tanta ciencia como filosofía, con escenas de acción fabulosas y un éxito merecido. Las secuelas entraban más en el tipo de cine pretencioso al que suelen dar lugar estas mezclas, pero aun así me las tragué con gusto en mi adolescencia. El día que me dirigía al cine a ver  El Atlas de las Nubes iba temblando por lo que me podía encontrar. Estaba por ver si me equivocaba.

El último filme de los Wachowski, ahora con Tom Tykwer -Corre, Lola, Corre, (id, 1998), El Perfume (id, 2006)-,  es una película de historias cruzadas entre épocas diversas. Un total de seis: El Diario del Pacífico de Adam Ewing (1849), Cartas desde Zedelghem (1936), Vidas a medias: el primer misterio de Luisa Rey (1973), El Tremendo Calvario de Timothy Cavendish (2012), La antífona de Sonny-451 (2144), El cruce de Sloosha (2321). En todas ellas saldrán los mismos personajes que alternarán su protagonismo por parejas: Tom Hanks - Halle Berry, Jim Sturgess - Doona Bae (los ‘chinos’), James D'Arcy - Ben Whishaw (los gays), y Jim Broadbent en el papel de Timothy Cavendish protagonizando una historia que solo sirve para hacer énfasis en algunos temas, alargar más la alargada producción y dar el contrapunto cómico. Todas las historias tratan los mismos temas, pero cada una hace énfasis en un aspecto mediante un discurso mal calzado y excesivamente subrayado.

El trasfondo de todos los temas tratados y de todas las historias es la ‘tergiversación’ de dos conceptos de Nietzsche ya comunes en la filmografía de los directores (ver Matrix): La voluntad de poder contra los órdenes “naturales” y el eterno retorno. Todas las historias se pueden interpretar en clave de la lucha del individuo contra la opresión de las instituciones y convenciones, es decir, contra el orden establecido. Lucha en la que, inevitablemente, el individuo fracasará. Pero el eterno retorno está ahí, para repetir la misma lucha una y otra vez, para que, intoxicado con filosofía oriental y mucho karma, cada reencarnación de los personajes compense la lucha y dignidad de la vida anterior. Esto del karma llega hasta el punto de que en la última historia (2321) nos encontramos con tres castas: los que llamaremos Uruk-Hai (el ‘infierno Wachowskiano para quienes fueron malos), los vayesianos (una especie de ‘purgatorio’ para quienes mostraron su humanidad e irregularidad moral), y otra especie de ‘cielo tecnológico’ para aquellos que fueron buenos. Y por supuesto, a la más santa y mártir de todas la reservan el puesto de ‘diosa’ y al más ruin y malo el de ‘diablo’.


Partiendo de estos dos conceptos nietzschianos acompañados con varios comentarios científicos -p.e. a la física cuántica y teoría de la relatividad-, guiños religiosos -nombres bíblicos: Adam, Isaac, etc., y personajes mesiánicos-, filosofía y religión oriental -karma, reencarnaciones, y un toque Zen-, los directores arrojan panfletos y discursos sobre temas varios entrelazados: la tolerancia sexual y racial, la importancia del amor más allá de cualquier convención (incluida la muerte, claro), la existencia de una Verdad (‘ver-verdad’), la importancia de ser bueno en la vida, la fe, la ruptura del estatu-quo y las convenciones, y la importancia de ser fiel a los sentimientos y valores que uno siente, pues, un sacrificio moral “no es más que una gota en el océano que no cambiará el mundo pero, el océano se compone de gotas”. ¡Puaj! Quien guste de escuchar obviedades en una retórica cursi con tufo a misticismo a lo Paulo Coelho, disfrutará enormemente con la película.

El trio Wachowski-Tykwer ha logrado un coctel de pseudociencia, pseudoreligión y pseudofilosofía capaz de romper con la narración lineal y el tiempo basándose en la teoría de la relativiad, el eterno retorno y las múltiples rencarnaciones; pero incapaz escapar de la pretenciosidad y megalomanía de una propuesa que se recrea en discursos ridiculamente solemnes, donde con la excusa de la ciencia se desarrolla una metafísica vacua y deleznable. Me temo que El Atlas de las Nubes entra sin duda en esa clase de películas de las que hablaba que tratan de dar una inmensa visión del mundo, pretendidamente original y trascendental, en un único y superficial nivel de lectura (de nuevo Mr. Nobody).  Esta megalomanía, claro está, no renuncia al espectáculo con un inmenso presupuesto, enormes recreaciones digitales en busca de una ‘belleza’ artificial ajena a la dirección -i.e. los continuos atardeceres y cielos informatizados-, y escenas de acción a lo Matrix en cámara rápida. Es digno de reconocimiento, eso sí, el esfuerzo que se ve que han dedicado al montaje de las distintas narraciones.

Y es una lástima, porque las historias por separado bien podrían merecer la pena como un producto menor si se hubieran centrado en ellas. Así la historia de Seul podría ser un sucedáneo de Matrix contaminado por V de Vendetta y bastante épico; la historia del viejo una comedia decente; o la historia del músico homosexual una de esas películas románticas que tanto gustan a los americanos. 

Durante todo el visionado no pude evitar la sensación de que Lana y su hermano me querían convencer de algo, como si tuvieran nada que justificar. En cualquier caso, espero que a Larry/Lana le haya salido mejor su cambio de sexo que al agente Smith en su nueva encarnación: Bill Smoke. Los hermanitos del alma tratan de sostener un mundo sobre sus hombros, se creen Atlas, pero no son más que nubes… Esperemos que se disipen pronto.

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