jueves, 20 de marzo de 2014

'300: El origen de un imperio' - Mártires de la democracia


Título original: 300: Rise of an Empire Director: Noam Murro Guión: Zack Snyder, Kurt Johnstad (basado en la novela gráfica de Frank Miller) Fotografía: Simon Duggan Música: Junkie XL Reparto: Sullivan Stapleton, Eva Green, Rodrigo Santoro, Lena Headey, Jack O'Connell, Andrew Tiernan, David Wenham, Callan Mulvey, Andrew Pleavin Duración: 102 min. Distribuidora: Warner Bros


Desde que Heródoto escribió en su Historia las Guerras Médicas dejándose llevar por su admiración hacia los combatientes y los influjos de la epopeya, han sido muchos quienes las han rescrito, en todas las épocas, movimientos y géneros. Basten de ejemplos, además del cómic de Frank Miller (1998) y la película Zack Snyder (2006); El león de Esparta (Rudolph Maté, 1961), en el cine; la recomendable novela Salamina de Javier Negrete (2008) en literatura; y en pintura, el Leónidas del neoclásico David o La batalla de Salamina del romántico Wilhelm von Kaulbach. Todas ellas con sus ambiciones estéticas y sus intenciones discursivas. Si Grecia es el pilar de la civilización occidental, su mayor epopeya histórica tiene un valor incalculable y todos querrán apropiársela para sus propios fines.

Con 300, Miller y Snyder renunciaron a hacer una obra histórica y devolvieron a la historia de Heródoto lo que en ella había de épica y fantástica. No importa que los historiadores actuales cifren el ejército persa en 300.000 hombres, Heródoto afirmaba que eran casi dos millones de guerreros y así aparecerá en 300. Su intención no era hacer un péplum clásico como Ridley Scott en Gladiator (2000), sino un poema épico, bárbaro, fantástico, polémico y cargado de testosterona. A ambos les fascinaba la paradoja de que el baluarte de la democracia griega fuera un pueblo guerrero de claros elementos fascistas. Jugando a capricho con los elementos del cómic en formato de página doble -los espartanos no merecían menos- y de la imagen cinematográfica con un derroche de efectos artificiales y estilización de la violencia por ordenador, dieron a la batalla de las Termópilas una atmósfera onírica, desrealizada, en la que plasmaban un fantástico conflicto entre el orden y la razón (griegos), contra el caos y lo irracional (persas); entre el bien y el mal. El éxito fue rotundo, y las hipnóticas imágenes de 300 se proyectan sobre videojuegos, películas y series posteriores.

Pero no podían faltar los moralistas de turno escandalizándose de que un delirio imaginativo diera semejante imagen de los persas, del atractivo fascismo de los espartanos e incluso de que osaran tener tan poco rigor histórico. Como si no estuviera claro desde el tráiler.


Parece, a primera vista, que 300: El origen de un imperio es una mera reacción a estas protestas. Sin cambiar en absoluto la estética del film anterior, con los mismos anacronismos, efectos especiales y amputaciones a ralentí, El origen de un imperio ofrece lo que promete: más de lo mismo. Pero ni cuenta con el factor sorpresa, ni Noam Murro logra la fuerza visual de Snyder en esta violenta epopeya. El único cambio sustancial real, está en su discurso.

Reemplazando la historia de las Termópilas por la batalla de Salamina (y unos pocos minutos de Maratón), desplazando el centro de atención de Esparta a la “democrática” Atenas, introduciendo mujeres en las batallas, y remplazando al carismático Leónidas por un soso Temístocles; Noam Murro, Snyder y Miller han convertido la epopeya de los atenienses en un mito fundador del poder de la democracia contra la tiranía, y del sacrificio patriótico contra el odio ciego. Lo irónico es que en su fervorosa defensa de la democracia han llenado la boca de Temístocles de basura ultranacionalista y patriótica (realmente sorprendente y anacrónica en un griego), como si estuvieran lanzando sus dardos envenenados a los democráticos moralistas que atacaron el film anterior. 

El problema de este cambio de enfoque, más dado a los discursos que al despliegue imaginativo, ensombrece la secuela en un resultado predecible, sin que las luchas marítimas estén a la altura de la resistencia heroica en el desfiladero, y que entretiene sin dejar la menor huella. La entrada de Eva Green ofrece, eso sí, un par de cosas que merecen verse.


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