Título original: The Master Director: Paul Thomas Anderson País: EEUU Guión: Paul Thomas Anderson Música: Jonny Greenwood Fotografía: Mihai Malamaire Jr. Reparto: Joaquin Phoenix, Phillip Seymour Hoffman, Amy Adams, Laura Dern Distribuidora: AltaFilms Estreno: 04/01/2013
A estas alturas es tontería discutir la extraordinaria capacidad de Paul Thomas Anderson para crear historias. Con apenas veintitantos el joven cineasta ya convenció a Hollywood con Boogie Nights (1997), desgarradora y dramática visión de las estrellas del cine porno detrás de las cámaras. El consagrado lirismo que plasma en sus posteriores guiones se aprecia en esa obra tan insólita llamada Magnolia (1999), resultado de nueve tramas paralelas capaces de emocionar y de dejar en trance al espectador. Muchas de sus escenas son inolvidables. Y es que esa forma de encajar pequeñas piezas dentro de un mismo puzzle es pura literatura. Pocas películas logran lo que consigue el drama rural de Pozos de ambición (2007), que el espectador se sienta tan identificado con su terrateniente protagonista como con el niño sordo, el analfabeto pueblo e incluso con ese reprimido y desagradable cura por momentos. Todas cuentan con elementos comunes de un cine muy potente y perdurable. Por eso es recomendable mirar con atención la filmografía del californiano antes de sumergirse en el complicado mundo de The Master.
Un cebo tan morboso como la Cienciología tiene el poder de seducir a cualquier interesado por descubrir los misterios de esa secta tan tenebrosa y jeroglífica, tan aparentemente selecta, compleja y codiciosa. El desarrollo atrapa y entretiene aunque el resultado deja un amargo sabor de boca pegado a la encía. Es una película explícita al máximo, sin una morbosidad gratuita que destruya el argumento pero sí capaz de revolvernos las tripas mientrasnos adentra en su hipnótico y paranoico guión.
La manera en la que se describen las obsesiones y fundamentos de esta iglesia desprende dosis de muy buen cine, en gran parte por la magistral interpretación de Joaquin Phoenix como ese veterano de guerra con secuelas que termina arrastrado sin quererlo a los brazos de una familia rara y perturbada, pero también cálida y acogedora. De una forma u otra su personaje acaba dependiendo de la mano del "líder" aunque este le imponga unas pruebas muy duras y le obligue a acostumbrarse a sus sádicos métodos. Entre estos exámenes cerebrales destaca con creces un agónico plano secuencia que recuerda a la larga conversación entre un preso y un sacerdote en Hunger (2008), hermanada con The Master por poseer el mejor cine del género carcelario. La esquizofrenia de ambos va in crescendo, la violencia del diálogo evoluciona a medida que el espectador aguarda a ese clímax que aletargue su trance y estalle en algún huracanado final.
Pero uno termina las dos horas y cuarto de metraje y no le acaba quedando nada impactante en la memoria, ni una sola escena que retuerza las entrañas durante días para asimilar este gélido laberinto. Tan solo el minotauro de Phoenix pervive y hace grande una historia que sin él se quedaría en el aprobado con distancias.

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